Las naciones no prosperarán si sus niños y niñas no sanan. Sufrir violencia durante la niñez es ser herido en el alma y no sanarse tiene como consecuencia infligir dolor a otros y a uno mismo más adelante. Ningún niño o niña debe ser víctima de la violencia. Todos los niños y niñas tienen derecho a la protección y al acceso en primer lugar a los recursos de sus naciones. La hora de cumplir sus derechos es ahora.  Landon Pearson Director, Landon Pearson Resource Centre for the Study of Childhood and  Children’s Rights, Carleton University, Canada.    En el primer Informe Mundial sobre la Violencia y la Salud que la OMS (Organización Mundial de la Salud) publicó en 2006, se dieron a conocer datos escalofriantes sobre la violencia contra los niños a nivel mundial. El sufrimiento individual y cotidiano, el dolor de los niños maltratados por las personas que deberían protegerlos,  es desgraciadamente una realidad a la que no se sustrae ningún país en  mayor o menor medida. En el caso de Camboya el problema alcanza unos niveles de gravedad alarmantes.   Con un  legado de extrema violencia en su pasado más reciente —el genocidio en la época de los Jemeres rojos hace poco más de tres décadas—, el problema de los malos tratos en Camboya contra su colectivo más vulnerable, los niños, no parece que vaya a tener visos de solución de momento.
MALTRATO EN CAMBOYA Muchos niños camboyanos sufren violencia en sus entornos más próximos de manera habitual en forma de: patadas, agresiones con objetos contundentes, quemaduras, amenazas con cuchillos o pistolas,  y esto sin contar con las agresiones sexuales.  Por una parte los niños crecen asumiendo la violencia como un hecho cotidiano dado que en un medio de pobreza y marginalidad extrema forma parte de la rutina. La completa ausencia de ayudas sociales, los estereotipos de género tradicionales en esta cultura, el alto desempleo, el consumo de drogas… no hacen sino contribuir a esta situación donde el colectivo infantil padece una auténtica indefensión. Por otra parte estas agresiones no suelen denunciarse, en parte porque los niños no tienen recursos y en parte porque se asume muchas veces que la agresión es merecida. Prácticas tradicionales violentas percibidas como normales o formas de castigo “razonables o legales”, que a menudo son disfrazadas de disciplina, agravan la situación. Por si fuera poco, según estudios recientes se ha detectado un aumento alarmante de niños que son víctimas  de malos tratos en la escuela, en cuyo seno, ciertos castigos  físicos son permitidos y admitidos popularmente. En resumen, costumbres que perpetúan y justifican la violencia contra la infancia en Camboya. Solo una pequeñísima  proporción de estas agresiones es investigada y pocos los autores que son procesados. Camboya no cuenta por el momento con un sistema responsable y eficaz para combatir y perseguir estas conductas.
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CONSECUENCIAS Y SOLUCIONES  Las consecuencias de la violencia ejercida de forma continuada en los niños y que ponen en peligro su supervivencia y desarrollo, no son sólo a nivel físico —fracturas, heridas, perdidas de conocimiento e incluso fallecimientos en ocasiones— sino emocional e intelectual, pues: altera en los niños su capacidad de aprendizaje, cercena en ellos el valor de la autoestima y puede tener impacto en  la  arquitectura  del  cerebro  en  proceso  de  maduración —la perturbación del sistema nervioso e inmunológico puede provocar limitaciones sociales, emocionales y cognitivas, así como dar lugar a comportamientos que causan enfermedades, lesiones y problemas sociales—. Uno de los efectos más inmediatos según un informe de Plan Internacional, es que la mayoría de los niños camboyanos no confían en los adultos que tienen cerca. Por otra parte, el impacto psicológico de un maltrato continuado en un niño, como mínimo, le incapacitará en el futuro para educar como padre, y será adulto mucho más proclives a la depresión y el suicidio.  Aunque cada vez son más numerosos e  impactantes los informes internacionales de organismos  reconocidos que denuncian la situación de violencia y el nefasto alcance de ésta en países como Camboya; sin embargo, subestiman la verdadera magnitud del problema dada la imposibilidad de contar con mecanismos precisos y fiables para elaborar unas cifras reales.  La solución pasaría por inculcar valores en los niños como: humanidad, respeto, dignidad y empatía para asegurar esta herencia que perdure en su desarrollo; pero es muy difícil que calen cuando en sus entornos reciben malos tratos indiscriminados.
¿Cómo podemos esperar que los niños y niñas tomen los derechos humanos en serio y ayuden a construir una cultura de derechos humanos, mientras nosotros los adultos no sólo persistimos en abofetearlos, zurrarlos, golpearlos y azotarlos, sino que de hecho defendemos esta violencia diciendo que es ‘por su propio bien’? Golpear a los niños no es solamente una lección de mal comportamiento; es una poderosa demostración de desprecio por los derechos humanos de personas más pequeñas y más débiles. Thomas Hammarberg Comisionado de Derechos de Europa en 2006 PSE trabaja en Camboya para paliar en la medida de sus posibilidades los efectos de este gravísimo problema, en una labor de detección en primera instancia a través de sus Servicios Sociales, e integrando a los niños que los sufren en alguno de sus seis programas —Atención y alimentación, Protección, Escolarización, Formación de un oficio, Actividad extracurricular y Ayuda a las familias— y con un posterior seguimiento de cada caso, en ocasiones coordinándose con instituciones oficiales locales en los casos más graves. En la actualidad, de los cerca de 7000 niños que se benefician de los programas de PSE,  una pequeña parte de ellos ha sido rescatada sin duda de un entorno de extrema violencia y viven, se desarrollan y forman académicamente con normalidad y en la esperanza de poder mitigar los efectos de su pasado violento y ante la expectativa de un futuro digno.
PSE trabaja diariamenete para que los niños que hayan sufrido maltrato superen sus secuelas. El Programa de Continuidad Escolar apoya este proceso.
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